Columna: El Rincón del chef

Por: José Ángel ViGo

El último brindis

Rituales, supersticiones y sabores para despedir el año

El último brindis del año nunca es un acto casual y ordinario, sucede cuando el reloj se vuelve tan frágil y el tiempo parece contener la respiración para expulsar al final aire puro del nuevo año. Las copas se elevan, chocan suavemente y por un instante, creemos que el futuro puede escucharnos.

Brindar no es solo beber. Es un gesto antiguo, casi instintivo. Desde la Grecia clásica en donde el vino se ofrecía a los dioses, hasta la Europa medieval donde chocar las copas era una señal de confianza, el brindis ha sido símbolo de unión, protección y deseo compartido.

Hoy, aunque el peligro ya no sea el veneno (como les sucedía a personas de esas épocas de clase alta) el ritual permanece: brindar para cerrar, para agradecer, para pedir y despedir.
Junto al brindis llega la mesa porque el ser humano no despide el año en silencio ni con las manos vacías, le dice adiós comiendo.

Comer el año nuevo: Cuando el calendario se agota, la razón se suaviza y la superstición toma su asiento, no porque seamos ingenuos, sino porque necesitamos creer en algo. Comer ciertos alimentos en la última noche del año es una forma simbólica de dialogar con el destino.

Las uvas, doce y exactas, llegaron a América desde España a finales del siglo XIX y se popularizaron en el XX; cada una representa un mes, un deseo, una pequeña promesa para cumplir a futuro; comerlas es intentar ordenar el tiempo, masticar lo que viene a la lejanía el nuevo año.

El cerdo, presente en tantas mesas decembrinas, simboliza abundancia y avance; no camina hacia atrás, por eso se come: para pedir progreso, trabajo, estabilidad.

Las lentejas, redondas como monedas, se asocian desde la antigua Roma con la prosperidad. Hoy aparecen en sopas, guisos o incluso en el bolsillo, como un deseo silencioso de seguridad económica.

El pan, siempre humilde y esencial, representa continuidad. Romperlo en fin de año es afirmar que habrá hogar, alimento y mesa compartida. No es solo una coincidencia que tantas culturas cierren ciclos con masa fermentada, algo vivo que crece y se transforma.

Y están las bebidas, los vinos, sidras y el ponche, donde el burbujeo simboliza renacimiento; el alcohol, más allá del sabor, afloja el cuerpo y libera la emoción. Beber juntos es en resumen es sobrevivir unidos y llegar hasta este punto del año que muchos dudaban alcanzar en sus abrumados corazones y cansados cuerpos.

Creer para seguir: Desde la antropología y la psicología, estos rituales no buscan controlar el futuro, sino calmar la incertidumbre del presente. El fin de año nos confronta con lo que no salió bien, con lo que se perdió, con lo que no llegó; la comida y el brindis nos ofrecen una sensación de orden, una ilusión necesaria de esperanza, un cierre agradable.

Creemos porque creer nos sostiene, cocinamos porque cocinar nos ancla, brindamos porque necesitamos hacer ruido para que el miedo no sea lo único que se escuche.

El último brindis: Al final, el último brindis no promete fortuna ni garantiza éxito, pero sí regala algo más valioso: memorias, Nos recuerda que hubo una mesa, un sabor, una risa compartida, que incluso en los años difíciles, seguimos reuniéndonos para despedir el tiempo juntos.

Y quizá eso sea lo verdaderamente importante; porque, no importa si las uvas funcionan o si el brindis trae suerte, importa que, por unos minutos, levantamos la copa y creemos, con el corazón abierto, que el año que viene puede saborear mejor; les deseo buenos días, buenas tardes, buenas noches, buen provecho y feliz año nuevo.

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