Estas personas pueden devorar en cuestión de minutos grandes cantidades de comida de manera compulsiva.
Son capaces de en dos horas comerse pasteles, pollos enteros, hasta que llegan a tener una sensación de dolor o de culpa, porque tampoco quieren estar obesas, entonces ya cuando no pueden más con esto, realizan conductas compensatorias como por ejemplo vomitar”, afirma la doctora Jaqueline Cortés de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Pero pueden también hacer ejercicio de manera exagerada, tomar laxantes e incluso hasta dejar de comer, todo sea por mantener una figura delgada.
Este es un retrato que cada vez se repite más en nuestros días y que es conocido como la bulimia nerviosa, el trastorno de la alimentación que, al igual que su prima hermana la anorexia, todavía tiene mucho de femenino.
Y es que, de acuerdo con estimaciones del Instituto Mexicano del Seguro Social, por cada nueve mujeres que padecen bulimia nerviosa, un hombre presenta los mismos síntomas. En total, dos millones de mexicanos de todos los estratos sociales viven con este trastorno de alimentación.
Hoy la bulimia atrapa a adolescentes adictos a ser extremadamente delgados. Jóvenes que ante el espejo se perciben: gordos, obesos; aún estando muy por debajo de su peso idóneo.
Resulta muy preocupante que, una encuesta de la Facultad de Psicología de la UNAM realizada en la Ciudad de México, demuestre que 6 de cada 10 jovencitas con peso dentro del rango normal, manifestaron estar inconformes con su “gorda” apariencia física.
La ciencia ha observado una relación entre la bulimia y el mal funcionamiento de la serotonina , que es el neurotransmisor del sistema nervioso central el cual se encarga, entre otras cosas, de regular el apetito.
Para revertir las consecuencias de este problema de salud pública, se necesita la participación de psiquiatras, nutriólogos y, sobre todo, de la intervención de los padres, quienes deben estar atentos ante cualquier comportamiento extraño de sus hijos, con relación a su aspecto físico o a su manera de comer.