(Última parte)
Luchar contra la diabetes no es cosa sencilla, sobre todo cuando se tiene un papá que no quiere aceptarlo, porque simple y sencillamente no se siente mal, no tiene malestar de ningún tipo, sino que para él todo está bien. Eso fue al principio, en la experiencia de María Teresa Pérez. Después, todo se complicó.
María Teresa recuerda con dolor que el problema de su papá. Clemente Pérez, fue que “no le gustaba comer, no, él no comía: tragaba. Me duele, suena feo, ofensivo, pero es la verdad, arrasaba con todo lo que le ponían en frente. Era como una máquina de devorar comida… eso era”.
Maritere –así le dicen sus amigos– habla de su papá en pasado porque murió hace seis meses. Con el dolor de la pérdida todavía a flor de piel cuenta a Crónica lo doloroso que fue para ella ver cómo su papá, se fue consumiendo por la diabetes mellitus tipo 2.
“Mi papacito se fue muriendo de a poquito, como por partes. Creo que el principal problema fue que jamás quiso entender que verdaderamente estaba enfermo, que su enfermedad se llamaba diabetes, que era azúcar en la sangre y que ello le traería serios problemas a su salud. Y que era un asunto que debió tomar con mucho más seriedad y no sólo usar su humor negro para decir que a él se le subían las hormigas (por el azúcar). Nos afectó a todos. A su salud primero, después los problemas fueron para toda la familia”.
“No te miento”, relata al tiempo que agacha la mirada y cierra los ojos como si estuviera viviendo aquellas escenas nuevamente: “mi papá era de comerse un kilo de carnitas él solito, pero no lo hacías comer verduras, su chesco, como él decía, no lo perdonaba y eso lo llevó a que varias veces tuviera que ser hospitalizado, porque llegaba con niveles de glucosa de 600, 700 incluso 800, ¿te imaginas lo que era eso?, una bomba para su organismo, si los niveles normales son menos de 100”.
Así transcurrieron los últimos cuatro años de vida de don Clemente, entre las áreas de urgencias de los hospitales, escondiéndole la comida y prácticamente obligarlo a tomar las medicinas. “Pero todo era inútil, muchas veces mi mamá, mi hermano, mi ahora ex esposo y yo comentábamos que tal parecía que mi papá se quería morir más rápido que a prisa.
“Y mira, te juro aún después de muerto sigo haciendo esfuerzos por entenderlo, por no juzgarlo; pero no logro entender por que fue así. Él ya no está para que me diga por qué lo hizo, porque buscó terminar así su vida.
“Parece que lo odio, pero no, no puedo odiar a quien me dio la vida. Lo quise mucho, lo quiero mucho, siempre lo voy a querer, me duele su ausencia, y me duele todo lo que se hizo a sí mismo”.
Maritere recuerda que la falta de control en la diabetes de su papá le desencadenó problemas “en cascada”. En el 2015 se cortó el pie y se le infectó, –recuerda y rompe en llanto, se lleva una mano a la boca como queriendo ella misma callar su dolor; respira profundo y revela:
“Te juro que hasta le olía ya mal su pie a mi papá de lo mal que lo tenía. Cuando yo lo vi me espanté horrible lo llevé a urgencias, le tuvieron que cortar los dedos anular y meñique de su pie izquierdo. Creo que se le infectó porque, además, ya le habían diagnosticado retinopatía diabética, ya no veía bien mi papacito, él me decía que no sentía nada en su pie”.
A los pocos meses, don Clemente perdió totalmente la vista, pero en su loco afán por no querer ser una carga para sus hijos, se salía a la calle a pedir limosna. Los vecinos tenían que llamar a Marite o a Clemente chico, su hermano, quienes iban a buscarlo para llevarlo de nuevo a casa.
Esa situación fue muy estresante. Mi hermano estaba a punto de casarse, pero la novia no le aguantó el ritmo a mi hermano y se dejaron. Y a mi marido se le acabó la comprensión que tuvo al principio “o al menos eso intentó aparentar, porque el apoyo no le duró mucho y nos divorciamos. Así que, ¡imagínate!, ahora somos como los hermanos solterones”.
El deceso de don Clemente ocurrió a principios de junio pasado. “Mi hermano llegó a la casa de mi papá a visitarlo, como hacía todos los fines de semana. La escena fue devastadora para Clemente chico. El cuerpo de mi papa estaba tirado en el piso de la recámara, le había dado un coma diabético.
“No sabemos cómo fue, si sufrió o no. Yo le pido mucho a Dios por su eterno descanso, y a mi papá, donde quiera que esté y si es que puede verme o escucharme, él debe saber lo mucho que lo amo y que una parte de mi está tranquila porque sé que, por fin, está descansando. Aunque sí, debo confesar que lo extraño. Me hace mucha, pero mucha falta.