¿Todas las historias de enfermos diabéticos tienen que terminar trágicamente? ¿Siempre ha de concluirse en la crónica de una dramática pérdida de calidad de vida? No necesariamente. Don Luis ya rebasó los 80 años de edad y es diabético desde que tenía sesenta. Durante años obedeció con precisión las instrucciones de su médico familiar del IMSS, pero una ingesta imprudente de analgésico le provocó un daño renal que se diagnosticó como crónico, y estuvo a punto de quedar condenado, para el resto de sus días, a la diálisis ambulatoria, procedimiento que se instrumenta cuando el deterioro hace inservibles a los riñones.
Don Luis es un caso extraño entre los miles de diabéticos con diagnóstico de daño renal, que son atendidos por el sistema de salud pública mexicano. Muchos otros no corren con tanta suerte. El abandono o el relajamiento del tratamiento ineludible cuando hay diagnóstico de diabetes, los malos hábitos alimenticios o la desinformación son factores que llevan a muchos diabéticos al deterioro físico. El daño renal crónico es una de las consecuencias frecuentes de una diabetes mal llevada y peor atendida.
TODO EMPEZÓ CON UNA CAÍDA
Hasta los 76 años, don Luis había sido cuidadoso con su tratamiento de diabético. A grado tal que de vez en cuando incurría en la travesura de comprarse un paquetito de galletas que le duraban dos días. Una que otra ocasión llegó a la transgresión abierta de un postre que, para escándalo de sus hijos, podía llegar hasta la doble ración.
Pero no fueron esas pequeñas indisciplinas alimentarias las que lo pusieron en la ruta del daño renal crónico. Una caída le lesionó las rodillas. Un médico, acaso no consciente de los efectos secundarios de los analgésicos antinflamatorios, le recetó diclofenaco, con la instrucción de que “si le dolía, podía tomarlo”. No contaba con que a don Luis le dolían las rodillas con frecuencia, de manera que el diclofenaco entró a formar parte de sus medicamentos cotidianos.
La administración del diclofenaco está contraindicada en el caso de los adultos mayores, pues puede desencadenar daños de orden renal, hepático o incluso cardiaco. En el caso de don Luis, sus riñones comenzaron a resentir la ingesta prolongada del medicamento.
No se sentía mal; no manifestó síntomas que indicaran que algo estaba mal. Pero el daño renal se hizo evidente en sus análisis mensuales: los riñones ya no trabajaban como antes; los índices de creatinina, del rango normal de 1, se dispararon hasta 3. El médico familiar de don Luis decidió, al ver los números, enviarlo a su hospital general de zona.
Una médico internista detectó de inmediato el problema: anotó en el expediente de don Luis el diagnóstico: “daño renal crónico”. Le habló de la necesidad de dializarse, de las transformaciones en la vida diaria que el tratamiento implicaría, de la necesidad de que su familia lo acompañase en el proceso. Solo implicaba someterse a una pequeña cirugía para implantarle el catéter por medio del cual se realiza el proceso de diálisis a nivel doméstico.
Pero a don Luis le dio miedo la cirugía, aunque no sabía de sus alcances. No le dijo nada a su familia y dejó que transcurrirá un año entero.
CRISIS Y RECUPERACIÓN
Llegó el momento en que la falta de tratamiento para el daño renal se hizo patente: cansancio, debilidad extrema, los indicadores de los análisis de orina disparados. La instrucción del médico familiar fue clara: si había crisis, era momento de internarlo por la puerta de urgencias. Para controlar la agudización de su cuadro diabético, se le impuso una dieta rigurosa que se empeñó en romper. Comenzó a comer golosinas y a beber refrescos a escondidas.
Mermó su autonomía; sus hijos intensificaron la vigilancia sobre su sintomatología. Programó, a regañadientes, la fecha para que le colocaran el catéter. Una semana antes del ingreso al hospital, hizo crisis: entró a Urgencias con 340 de glucosa en sangre. Tuvo miedo.
Le implantaron el catéter y comenzó toda la modificación de su entorno doméstico: nueva habitación y limpieza extrema, para evitar infecciones. Se capacitó a la familia para ayudarlo a vivir con su diálisis ambulante. Pero bastaron 4 días de diálisis intensiva en su hospital general de zona y tres tratamientos semanales de diálisis para devolver a sus riñones a una relativa estabilidad. Literalmente, la diálisis “destapó” los riñones afectados por el diclofenaco. A los seis meses, los especialistas que lo atendieron decidieron quitarle el catéter que nunca usó.
Con un seguimiento mensual preciso, la administración de los medicamentos prescritos –desde la crisis renal le administran insulina- y una dieta estricta que, de vez en cuando le permite alguna golosina o antojo, don Luis es un adulto mayor, diabético, que pasa sus análisis en condiciones aceptables para su edad. Cumplió 81 años en agosto, y pudo celebrarlo con una rebanada de pastel normal.