Josué llega todos los días al Hospital General de La Raza a las 5:00 horas. Está en la búsqueda de clientes, oferta donadores de sangre para familiares de pacientes que necesitan uno o más.
La sangre se ha convertido en oro para este hombre. Tiene disponible durante todo el año a una red de donadores que debe escalonar, ya que una persona puede entregar su sangre cada dos meses.
El Bolsitas, como también se le conoce a Josué, contacta a familiares desesperados por cumplir la cuota de donadores para la intervención quirúrgica de su paciente y les ofrece solucionar el problema. La solución tiene un costo de 300 a 600 pesos por donador, dependiendo el tipo de sangre.
El comercio con sangre está penado desde abril de 2015, pero Josué continúa operando y no es el único. También está Lupercio, mejor conocido como El Mosquito, que de acuerdo a quienes lo conocen, se le puso ese alías porque ronda a la gente como si fuera el insecto hasta conseguir picarlo (convencerlo).
Los hombres y mujeres que circulan en torno a un banco de sangre también conocen este tráfico. Los viene–viene que trabajan en las calles aledañas a la Raza son promotores de estos vampiros.
Pero también el vendedor de tamales, en la cafetería cercana, el bolero y el hombre del puesto de periódicos, saben dar referencias para quien no logra juntar a sus donadores.
Un diario nacional visita varios bancos de sangre en la Zona Metropolitana capitalina, en cada uno hay formas distintas de trabajar, en todos los casos, por una cuota se consigue sangre.
Josué trabaja en compañía de su hermana Ximena y su esposa Lorenza. Las mujeres se encargan de enganchar a la gente para persuadirla de que sus donadores son la mejor opción ya que “es seguro que pasen los filtros” (las pruebas médicas para verificar que el sujeto es un candidato adecuado para donar sangre).
El Bolsitas lleva un registro ordenado de los que trabajan para él como donadores. En él tienen anotado tipo de sangre, peso, estatura, alergias, incluso se preocupa por medicamentos que ingirieron durante el último mes.
Para que Josué pueda cumplir las ofertas de donadores que hace, requeriría tener más de 200 colaboradores. El Mosquito parece disponer de un stock limitado: sólo 50.
Lupercio hace solo sus negocios; le paga a dos franeleros por dar información acerca de su “empresa de donación”.
EL TRATO. A las 5:00 de la mañana la gente comienza a formarse en el Banco de Sangre de La Raza.
Hay pacientes que necesitan más de cinco donadores, incluso hay quienes ocupan más de 20 debido a que serán sometidos a procedimientos quirúrgicos complicados y, como es sabido que existen personas que aceptan dinero, los familiares llegan desde temprano a buscarlos.
Una vez que se contactó al intermediario, éste llamará a su donador para que entre a la fila con los papeles del paciente involucrado.
Josué toma precauciones para evitar una espera excesiva de poco más de dos horas en la fila para poder acceder a la zona de donación en el banco de sangre. El pago al intermediario se divide en dos, la mitad al ingresar y el resto cuando la donación se realizó.
En tanto que con El Mosquito, es hasta el final que se finiquita el servicio, esto con el fin de corroborar que la sangre fue donada sin contratiempos.
LOS CUIDADOS. Los donadores pagados, como todos, deben someterse a una serie de cuidados especiales, no pueden fallar en la primera ronda de análisis que se practican para saber si son aptos para realizar la donación.
Vicente, uno de ellos, se somete a una dieta para no tener problemas a la hora de donar. El hombre de 35 años trabaja con El Bolsitas desde hace tres años y busca donadores nuevos para recibir 200 adicionales con cada enganche. Al año dona entre cuatro y cinco veces, su verdadera ganancia esta en reclutar más gente como él.
Durante sus siete días de preparación, Vicente no consume grasas, irritantes, bebidas alcohólicas o medicinas.
Entre la gente que trabaja para Josué, están los tres hermanos de Vicente, su esposa Mónica, y dos de sus sobrinos.
INDEPENDIENTES. Hay personas que acuden al banco de sangre a ofertar por si solos sus servicios como donador.
Sin embargo, no siempre logran hacerse de un cliente ya que la gente que está en la fila suele desconfiar de aquellos que se acercan a ofertarles directamente su sangre.
“Es más fácil ir a la segura, a mí me dijeron con quién podían arreglarme para no tener broncas”, comentó Jesusa. Su esposo ha necesitado 24 donadores en otra instalación, el Hospital Siglo XXI, también en la Ciudad de México.
El ilícito está penado hasta con 17 años de cárcel y 1.3 mdp de multa
La venta de sangre en México se considera delito con base en el artículo 462 y 462 bis de la Ley General De Salud a raíz de reformas destinadas a evitar el tráfico y a acentuar la cultura de la donación altruista.
En los nuevos articulados de la Ley se estipula que se castigará de seis a 17 años de prisión y se aplicará una multa de entre los 643 mil 200 y un millón 366 mil 800 pesos.
La Ley coloca el tráfico de sangre al nivel de otras faltas consideradas graves desde hace tiempo: “Al que ilícitamente obtenga, conserve, utilice, prepare o suministre órganos, tejidos y sus componentes, cadáveres o fetos de seres humanos, y comercie o realice actos de simulación jurídica que tengan por objeto la intermediación onerosa de órganos, tejidos incluyendo la sangre, cadáveres, fetos o restos de seres humanos, y al que trasplante un órgano o tejido”.
Si en la venta del tejido sanguíneo interviene algún profesional, técnico o auxiliar de las disciplinas para la salud, se le aplicará, además suspensión de cinco a ocho años en el ejercicio profesional, técnico o auxiliar y hasta seis años más, en caso de reincidencia.