Letra con sangre, la vieja práctica que sigue vigente

El 47 por ciento de los niños en México son golpeados con objetos duros en sus casas, desde cinturones, chanclas, tablas, u otros, según cálculos de Educadores Somos Todos, organización civil que desarrolló un programa de enseñanza a los padres para mostrar las consecuencias negativas que tiene utilizar la violencia como herramienta educativa.

Silvia Garza, presidenta de dicha organización, indicó que con el programa “El Arte de Convivir, ante la violencia, actúa”, se exploró el tema de la violencia en la enseñanza en seis entidades del país. Se encontró que el 95 por ciento de los involucrados en estas prácticas nunca había ido a un concierto; más del 50 por ciento no había ido al cine; más del 60 por ciento no había visto una obra de teatro; y el 52 por ciento manifestó no haber leído un solo libro en el año.

Además, ocho de cada diez escuelas en las entidades investigadas carecen de un programa educativo o cultural que profundice el tema de la violencia con fines de corrección educativa y precautorios también.

Dice que estas cifras muestran el contexto violento en el que sobreviven familias de comunidades y escuelas en polígonos de violencia, rurales o marginadas, de Yucatán, Tamaulipas, Durango, Jalisco, Morelos y Michoacán, entidades donde se llevó a cabo una investigación cuantitativa y cualitativa.

Violencia enseña maldad. Garza refiere que hay que decirle a los padres que la violencia enseña, lo hace mal, pero sí enseña; por ejemplo el niño aprende que usar la violencia es eficaz para subsanar problemas, que no es necesario el diálogo sino los golpes o los gritos sin capacidad para escuchar al otro.

No podemos legitimar la violencia en los niños, en las mujeres; lo que hay que enseñarle al niño es que quien te quiere, te respeta y no te golpea, dice con pasión Silvia Garza.

El otro error del aprendizaje desde esta anomalía, explica, es que el niño vincula el amor con la violencia, y es necesario que los niños aprendan a construir vínculos afectivos sanos, en los cuales la confianza y la autoestima estén presentes, y no solamente el castigo, la descalificación, los golpes o la insatisfacción.

La violencia enseña también al niño a ser la víctima, porque cuando ésta se presenta desde mamá o papá hablamos de un abuso de poder, no de un ejercicio de autoridad, añade. “Violenta aquel que tiene el poder y lo ejerce incorrectamente torcido para hacerlo, nunca se ha visto que el empleado sea violento con el jefe, usualmente lo hace quien tiene algún poder y lo usa mal”.

Disciplina, no violencia. Para la especialista, hay evidencia de la confusión social que existe entre autoridad y abuso de poder. Los niños necesitan tener una educación con límites y normas, desvinculados de la violencia, porque si no serán muchas las repercusiones familiares, en afectaciones a la personalidad individual que se padecerán cuando en la familia se usa la violencia como herramienta educativa.

Y estas anomalías, dice, serán padecidas también en la sociedad, porque crea ciudadanos sumisos, que no tienen capacidad para dialogar porque no la conocen. Silvia Garza explica que han encontrado que los padres utilizan los mismos modelos educativos que usaron con ellos sin siquiera cuestionarse si son válidos o no; algunos padres muestran una incapacidad para atreverse a revisar su modelo educativo porque no saben desvincular la violencia y creen que están bien porque no muestran traumas visibles como adultos.

Se trata de desvincular el amor de la violencia para construir vínculos sanos.

Es más común que en casa se use la educación sólo para castigar y no para construir vínculos afectivos positivos, y eso es un error.

Humanidades. Por eso, dice Garza, su ámbito de trabajo es el educativo ante contextos muy adversos que tienen los maestros y las familias; por eso primero debe consolidarse la formación de las humanidades en la educación de los estudiantes, fortalecer la instrucción en las artes, la reflexión y el análisis crítico a partir de la literatura, el cine o el teatro, y muchas veces los niños carecen por completo de estos espacios en sus ámbitos escolares, familiares y sociales.

Apostamos a una injerencia educativa directa, trabajando en aquella violencia que es imperceptible ante los ojos de los propios niños y niñas, “hemos detectado que hoy es alimentada justamente por aquello que debería contenerla, que es la cultura y la educación, y tenemos que aceptar que en México existe en los niños una retórica de la violencia no asumida”.

Y la única manera de contrarrestar esta situación anómala es fomentar otra cultura que hable de lo opuesto, también y principalmente con la familia, “y en ocasiones ya ni siquiera somos conscientes si nuestras dinámicas de relaciones con los demás son violentas o son verdaderamente afectivas”.

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