Belqui y Danna llegan a EU

Danna, de cuatro años, se convirtió en una de las primeras niñas de la caravana migrante en cruzar hacia la Unión Americana. “Ya estoy en los Estados, para comprarle una muñeca a mi hermanita”, dice con vivacidad y una inocencia ajena a los embrollos legales aún en espera.

—¿En dónde estás? —se le pregunta.

—En los Estados…

—¿Sabes en qué ciudad?

—¿En dónde, mami? —se le escucha decir por el teléfono.

Ella y Belqui, su madre, se encuentran en el estado de Arizona. Ayer, ambas fueron liberadas por las autoridades migratorias norteamericanas después de cuatro días de encierro. Se aceptó iniciar un trámite de asilo, porque la mujer contó del riesgo desmedido en su país, Honduras, donde violencia y pobreza se han transformado en un látigo letal.

“No quiero eso para mi niña”, dice…

A las dos las conocimos en el albergue montado en el estadio Jesús Martínez Palillo, de la Magdalena Mixhuca. Salieron de ahí la mañana del 9 de noviembre y con ellas recorrimos la aventura migrante en el Metro de la CDMX, rumbo a la estación Cuatro Caminos. Y después, las acompañamos en parte de la desoladora caminata por el Estado de México, con la idea fija de llegar, ese mismo día, al estado de Querétaro.

“Estamos en Arizona”, cuenta Belqui.

—Qué buena noticia —se le comenta.

—Sí, buena, pero también triste.

—¿Por qué?

—Por que no pudieron pasar otras seis mujeres con las que veníamos en el grupo. Nosotras, porque nos tiramos al muro. Las otras siguen en Tijuana, no han pasado todavía y ya están desesperadas.

—¿Cómo lo lograron ustedes?

—Me salté el muro con la niña, y cuatro mujeres más con sus hijos. Nos pasamos por el muro y fue así como nos agarró Migración.

—¿Y entonces?

—Hoy (ayer) nos soltó…

—¿Dónde estuvieron?

—Encerradas en la migra. Cruzamos a Estados Unidos desde el vienes (23 de noviembre), pero nos tuvieron cuatro días presas, hasta hoy.

—¿Cómo fue que las dejaron libres?

—Pedimos asilo, Migración inició el trámite porque convencimos a los agentes del peligro que corremos en nuestro país. Hace rato nos soltaron. Aquí estamos ya, aunque tenemos que estar asistiendo a las audiencias.

—¿Y Danna, cómo está?

—Contenta. Nunca me han separado de ella, no lo habría soportado. ¿La quiere ver?

Belqui nos comparte una foto de su pequeña por whatsapp. Se le ve sonriente, mostrando sus diminutos dientes; con una camiseta estampada con la figura de la princesa Ariel, La Sirenita, unas mallas oscuras y unos botines con las agujetas desabrochadas. Muy distinta a la chiquilla del día 9…

Aquel amanecer vestía un percudido mameluco con la figura de jirafa, rescatado de entre las pilas de ropa usada donada en la Deportiva.

No sonreía. De repente su madre la zarandeaba, “para darle carácter y que no se me venga abajo”, y ella hacía pucheros.

—Mamita, ¿ya vamos a llegar? —preguntaba camino hacia la caseta de Tepotzotlán.

—Recuerda que eres como la Mujer Maravilla, no vuelas, pero nadie te gana a caminar —la alentaba Belqui.

—¿Cuándo vamos a volver a Honduras? —insistía la niña.

—¿A poco ya no quieres conocer al Pato Donald?…

Cuando su madre se desplomó, tras más de dos horas de peregrinaje, fue ella, Danna, quien la animó:

“¡Anda mami, levántate, ya vamos a ver al Pato Donald!”.

Transcurrieron 17 días para verlas andar del otro lado, aunque con libertad condicionada. Casi 50 días desde su salida de Tegucigalpa, la segunda semana de octubre.

“Todo va como lo planeamos —retoma Belqui la conversación—, lo único malo es que seguimos sin aguantar los pies”.

—Lo duro del viaje…

—Andamos con muchas grietas, en las plantas y entre los dedos.

Parecieron siempre cobijadas por una estrella. El 10 de noviembre, tan sólo al día siguiente de abandonar el albergue en la capital del país, estaban ya en Guadalajara, a donde llegaron “en aventón”. Y tres días después, pisaron Tijuana, según anunciaron en un mensaje a este reportero.

Belqui dejó en su tierra a dos hijas más: una de 12, y otra de dos, apasionada de las muñecas. “Espero pronto poderles mandar un dinerito”, confía. Se quedaron a cargo de una tía.

“Desde el principio la idea fue pasar, que nos agarrara Migración y pedir asilo, porque en verdad lo necesitamos. Llegamos protegidos por la sangre de Cristo, con la meta de tener un futuro mejor, porque allá en Honduras no se aguanta el hambre ni las balas”, dice la madre.

—¿Y cuál es el plan?

—Primero, que se acepte el asilo en definitiva. Tienen que tentarse el corazón. Y luego, hay que trabajar, hacer lo que se debe y regresar a nuestro país, ya con dinerito juntado, para un negocio o para la escuela de los chamacos.

Entre las mujeres aún en Tijuana, a la espera de una oportunidad, está Francis y su hija Danelia, de 10 años. También Nellie, otra de las amigas del grupo. “Desde San Pedro Sula caminamos juntas y estamos rezando para que ellas también puedan cruzar”, dice Belqui.

—¿De dónde tanta fuerza?

—Soy madre soltera y sé que debo rompérmela por mis hijas. Danna se ha levantado una y otra vez, me ha contagiado de su fortaleza y alegría. Juntas, ¿quién nos puede detener?…

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