Ovidio Guzmán estuvo por más de 3 horas en manos de la Federación

Ovidio Guzmán, el hijo del Chapo transformado ya en figura estelar del narcotráfico, estuvo retenido 3 horas y 34 minutos por fuerzas federales, mientras ardía la ciudad de Culiacán y jefes del Cártel de Sinaloa amenazaban con agredir a civiles y militares, y extender la violencia a otros puntos de Sinaloa, Sonora, Chihuahua y Durango, su región en dominio.

De acuerdo con la versión oficial difundida ayer, Ovidio salió de su casa a las 16:15 horas, en horario del centro del país, y el operativo de captura con fines de extradición se abortó en la noche, a las 19:49 horas. Nunca se pudo hablar de un arresto oficial, pues durante ese lapso su detención y evacuación rumbo al aeropuerto estuvo sujeta a las negociaciones con su hermano Archivaldo Guzmán.

De hecho, tras salir de su escondite en el Fraccionamiento Tres Ríos, él mismo marcó al teléfono de su protector y describió así lo sucedido: “Ya me entregué…”

En el domicilio se encontraban, además de él, dos de sus cómplices y una mujer quien, por el tono de las súplicas para evitar golpes o agresiones, parecía ser su familiar.

—Señora, tranquila, no va a pasar nada, no se preocupe, no somos delincuentes –le decían los elementos del Grupo de Análisis de Información del Narcotráfico de la Sedena, quienes encabezaban el operativo.

Habían salido de las instalaciones militares poco después de las 14:00 horas; a las 15:00 horas, cuando Ovidio arribó a la casa, ya estaban ahí, merodeando, en labor de vigilancia distante y discreta. Media hora después, a las 15:30 horas, iniciaron las acciones y rodearon el inmueble, a la espera de que una comitiva de la Guardia Nacional informara a la Fiscalía General sobre la indagatoria y se obtuviera de un juez la orden de cateo. El reporte se prolongó casi tres horas y la resolución judicial jamás se logró. Ya no fue necesaria, porque 20 minutos después de cercar la residencia iniciaron los disparos de las células criminales…

Se descargaban las armas en diversas zonas de la ciudad cuando Ovidio y su familia salieron de la guarida.

—¡Salga Ovidio, salga! –repetían los militares. Y lo hizo al fin…

—¡Tranquilo, enseña tus manos, hermano! –le dijeron.

–¿Traes armas? –le preguntó otro efectivo.

–No, ya no –respondió él, en apariencia sereno, aunque se exaltó al ver salir al último de sus acompañantes:

—¡Él no tiene nada que ver, oiga! –gritó.

Se quitó la gorra y le ordenaron colocarse de rodillas, pero fue sólo un instante, porque la inquietud generalizada entre los elementos federales era frenar la hostilidad citadina y las amenazas. Se permitió a Ovidio pararse y tomar el teléfono.

—Ovidio, háblale a tu gente para que pare todo. ¿Tienes más gente adentro?

—No, no hay medidas, no hay nada.

—Diles que paren todo, que ya estuvo –le insistieron y él llamó a Archivaldo:

—Ya paren todo, ya me entregué, ya tranquilos, ni modo –expresó por el auricular, mientras seguía la presión por acabar con el caos:

—Dígales que se retiren. Ovidio, páralo…

—Ya no quiero pedos, ya no quiero que haya desmadres, por favor –vociferó él con mayor desesperación.

Pero Archivaldo Iván, se sabría después, se negó a suspender los ataques, anunció nuevas embestidas y lanzó amenazas contra el personal militar y sus familias. Y sí, tras los minutos de diálogo infructuoso, a las 16:25 horas se reportaron los primeros militares heridos.

La situación se salía de control y fue entonces cuando el Gabinete de Seguridad informó de los hechos al presidente López Obrador, quien más tarde avalaría la liberación de Ovidio.

Células de hombres armados comenzaron a sitiar la vivienda y poco antes de las cinco de la tarde diversos grupos de sicarios acorralaron las bases militares en Cosalá, Costa Rica y El Fuerte, y empezaron a retener efectivos.

La narración oficial olvidó lo acontecido en la casa durante las horas posteriores, acaso el intento de soborno a un comandante, a quien le ofrecieron tres millones de dólares. —No —dijo él, y vinieron las advertencias: tanto a él como a su familia.

La relatoría se concentró en la furia delincuencial en las calles, a lo largo del camino hacia Tres Ríos y en las instalaciones del Ejército, incluida una unidad habitacional donde viven familias de soldados.

Los pistoleros bajaban a los ciudadanos de los autobuses, los cuales eran utilizados para bloquear avenidas. También los despojaban de sus vehículos para confundir a la autoridad o les prendían fuego con la intención de multiplicar el pánico. Se conoció de su llamado a otras pandillas y bandas del estado para unirse en contra de la milicia, a cambio de dinero.

Después de las 18:00 horas se reportó la fuga masiva de reos del penal de Aguaruto.

Sin otra opción, 11 minutos antes de las 8 de la noche los jefes de seguridad ordenaron la cancelación del operativo, el retiro de tropas y la liberación de Ovidio, después de 3 horas con 34 minutos frente a él.

“Se actuó con apego a derecho, el personal retuvo transitoriamente al presupuesto delincuente al salir de su domicilio; sin embargo, nunca estuvo a disposición de alguna autoridad judicial o ministerial”, describiría Luis Cresencio Sandoval, titular de la Sedena.

Los integrantes del Cártel del Chapo tardaron casi media hora en soltar a los oficiales y soldados aún retenidos y, empoderados, decidieron organizar grupos para retirar los cinco cuerpos de sus cómplices caídos durante la refriega…

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