La víspera del primer aniversario de la pandemia, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, lo “celebró” felicitándose por ser Brasil “un ejemplo para el mundo” en el combate a la COVID-19, pese a batir su récord de fallecidos durante dos días seguidos, con más de dos mil 400 muertos en 24 horas; en México, el epidemiólogo jefe, Hugo López-Gatell, con el virus aún en su cuerpo, se fue de paseo a un parque, sin cubrebocas; y Donald Trump se negó a sumarse a la campaña publicitaria de los expresidentes vivos de EU -Jimmy Carter, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama- para convencer a la población de la necesidad de vacunarse y de seguir observando las recomendaciones para derrotar entre todos la peor crisis sanitaria y económica en un siglo.
Este comportamiento escandaloso de Bolsonaro, López-Gatell y Trump refleja claramente qué ha ocurrido en este primer año de pandemia y cómo su gestión, entre la ignorancia y la negación de la gravedad de la crisis sanitaria, ha puesto a sus respectivos países en lo más alto de la lista de fallecidos. Según el conteo independiente de la Universidad Hopkins, Estados Unidos rebasó este jueves los 530 mil muertos, Brasil los 273 mil y México sumó más de 192 mil. En total, los tres países suman casi un millón de muertos de las 2.6 millones ocurridos en todo el mundo.
¿Dónde estaba la OMS?
Sin embargo, una cosa es la gestión del control de la pandemia, con notables ejemplos de éxito, como Japón -8 mil 457 muertos para una población similar a la de México- o la propia China -4 mil 839 muertos y mil 400 millones de habitantes-; y otra cosa es la grave negligencia ocurrida en los albores de la pandemia entre las autoridades de Pekín, que reprimieron todas las alarmas iniciales, y los expertos de la Organización Mundial de la Salud, que permitieron durante semanas la propagación del virus de Wuhan al mundo, a sabiendas de que se trataba de un virus desconocido y de fácil contagio aéreo. De hecho, el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, llegó a viajar a China para elogiar la “colaboración” de Pekín y para criticar a los países que habían cerrado su espacio aéreo a vuelos con China.
Italia siguió las recomendaciones tempranas de la OMS y mantuvo las conexiones aéreas con varias ciudades chinas, entre ellas los tres vuelos semanales de Roma a Wuhan. El 30 de enero ingresó en un hospital de Roma una pareja de turistas chinos con neumonía atípica, que resultó ser COVID. Para cuando las autoridades italianas fueron alertadas de la pandemia, habían transcurrido seis semanas de circulación libre del virus y tenían en el norte del país una bomba biológica que no sabían cómo desactivar.
En la era de la globalización, con millones de personas volando de un país a otro cada día, a los epidemiólogos expertos de la OMS -con el antecedente del H1N1 y el SARS- no se les ocurrió alertar a gritos a los gobiernos de la implantación inmediata de controles sanitarios en los aeropuertos y del uso obligatorio de cubrebocas. Pasado este año, los controles existen y el cubrebocas se ha universalizado, pero las semanas que se perdieron fueron las que necesitaba el coronavirus -y luego sus variantes- para conquistar el globo y contagiar a más de 118 millones de personas (que se sepa) .
Estampitas no, laboratorios sí.
Si este primer año de pandemia pasará a la historia por la vulnerabilidad de la humanidad ante los virus, será también el año que se supo aprovechar mejor ese don único que es su inteligencia y cómo cuando se pone al servicio de la ciencia y de una causa común se consiguen resultados casi milagrosos.
En menos de doce meses, miles de vidas han sido salvadas por el personal sanitario, en el primer frente de batalla y con muchos caídos, mientras que la carrera de laboratorios en todo el mundo logró no sólo antivirales que han salvado de la muerte a enfermos, sino vacunas para inmunizarnos. Por desgracia, esta carrera a toda velocidad no está exenta de obstáculos. Ayer mismo, varios países europeos suspendieron la vacuna de Astrazeneca, tras desarrollar trombos algunos de los vacunados, con el resultado de un muerto.
Asimismo, la OMS ha alertado que muchos países ricos están acumulando más dosis de las que necesita y ha denunciado la falta de solidaridad con los países pobres.
Sin embargo, hay motivos para la esperanza. La negación de la pandemia fue clave para la derrota de Trump y la llegada al poder de Joe Biden, que confía plenamente en la ciencia y ha prometido que todo el excedente de vacunas de EU lo donará. China y la OMS parecen dispuestas a expiar su pecado original (que no reconocen) con un decidido esfuerzo por donar millones de vacunas a los países más vulnerables. Y un último dato esperanzador: el número de personas que ha pasado de desconfiar de la vacuna a querer ponérsela se ha disparado en todo el mundo.
Quizá estas sean las señales que anticipen que, el 11 de marzo de 2022, cuando se cumpla el segundo aniversario de la pandemia, el mundo esté en condiciones de proclamar que “la pesadilla ha terminado”.