El mundo está en guerra contra el virus causante de la actual pandemia y de los más de cinco millones de muertos oficiales (aunque la cifra más realista es el triple).
De todos los frentes de batalla —distanciamiento social, cubrebocas, vacunas, medicamentos antiCOVID…—, el más decisivo no podemos verlo porque es microscópico.
Batalla microscópica
Se trata de la batalla de los científicos contra el coronavirus, para que éste no pueda abrir la puerta de las células humanas. A finales de 2020, varios laboratorios logran el hito de sintetizar vacunas que neutralizan las peligrosas llaves (espículas) presentes en la superficie del virus SARS CoV-2.
Hasta hace poco menos de un mes, la batalla la iba ganando la humanidad, con al menos nueve vacunas diferentes, seis de ellas autorizadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La mayoría de las vacunas demostraron a lo largo de estos meses mucha efectividad, incluso ante la variante delta, la dominante en el mundo.
Sudáfrica, tenemos un problema
El jarro de agua fría llegó el 25 de noviembre. Ese día, las autoridades sanitarias de Sudáfrica alertaron al mundo que habían descubierto una nueva variante con una asombrosa “constelación de mutaciones” hasta ahora nunca vista, con más de medio centenar.
Los científicos no necesitaron mayores explicaciones, pero la opinión pública mundial y los gobernantes, que creían que con la campaña masiva de vacunación ya se veía luz al final del túnel, difícilmente entendieron qué estaba pasando y por qué la nueva variante, llamada ómicron, contagia a una velocidad sin precedente.
La clave está en la jugada maestra realizada por el coronavirus, cuando entendió que perdía la batalla porque aparecieron anticuerpos —algunos adquiridos tras superar la enfermedad, pero la mayoría inoculados mediante vacunas— que neutralizaban las llaves con las que conseguían entrar en las células humanas, principalmente las pulmonares.
La respuesta del coronavirus fue mutar en una variante —la ómicron—con tal cantidad de combinaciones de llaves, que los cerrojos de los anticuerpos no son capaces de neutralizar la capacidad del virus de penetrar en una célula.
Los datos preliminares de la OMS, recogidos entre contagiados de ómicron en todo el mundo confirman lo que temieron las autoridades sudafricanas en noviembre, cuando comprobaron con estupefacción la rapidez con la que estudiantes de una universidad cercana a Pretoria se contagiaban de COVID, cuando en el resto del país la pandemia estaba controlada.
Según la OMS, los contagiados de ómicron en los países donde hay ya transmisión comunitaria —no por llegada de viajeros contagiados en otros lugares— se dobla en un plazo de 1.5 a 3 días. Y esto es una muy mala noticia porque, aunque de momento hay pocos casos de enfermos graves o fallecidos por ómicron, su velocidad de contagio amenaza con colapsar los hospitales… y la temporada invernal no ha hecho más que empezar.
Por eso, y a la espera de resultados más concluyentes sobre la peligrosidad de ómicron, es urgente que los gobiernos den un nuevo impulso a la campaña de vacunación, incluida la dosis de refuerzo (o de recuerdo); es urgente que los países ricos aceleren la distribución de vacunas a los países que no tienen (y les ayuden, además, a que estas lleguen a los lugares más inaccesibles); y es urgente que regresemos al mejor escudo contra la propagación de la pandemia, mientras los laboratorios modifican sus vacunas para atacar a la nueva variante: el cubrebocas.