Los contagios de COVID-19 están desbocados en medio mundo debido al impresionante auge de la variante ómicron, que poco más de un mes después de su aparición está a punto de rebasar a la delta y convertirse en la predominante en todo el planeta. Esto es una buena noticia. Al menos, a medio y largo plazo.
Así parecen creerlo también los mercados: Este lunes, Wall Street abrió su primera sesión del año en verde y con nuevos récords de puntos, tanto del S&P 500, que subió un 0.64 por ciento, como del Dow Jones, que creció un 0.68 por ciento.
Esto es muy llamativo en medio de la innegable situación de importantes estragos que está causando ómicron en Occidente. El caso más evidente es precisamente el de Estados Unidos, que tiene su sistema de aviación prácticamente colapsado.
Este lunes, el país vivió 2 mil 790 nuevas cancelaciones, al menos hasta la media tarde, lo que supuso no solo que se cumplen casi dos semanas de un exasperante goteo de cancelaciones, sino que, según estos últimos datos, EU suma ya el 64 por ciento de las cancelaciones de todo el mundo, casi dos tercios.
La razón de este aumento proporcional es que a la plaga de bajas laborales se suma el azote de un temporal de viento y nieve que desde hace días golpea el noroeste del país primero y el noreste luego.
Para entender la dimensión del problema, las 400 cancelaciones que Southwest Airlines tuvo que hacer en EU el domingo supusieron el 11 por ciento de todos sus vuelos programados. En el caso de SkyWest, fue el 20 por ciento de su agenda del día, con 500 cancelaciones, según el portal especializado FlightAware, citado por CBS News.
Sin embargo, lejos de ser un problema que afecte solo a los aeropuertos mundiales, numerosos sistemas de atención sanitaria primaria están desbordados, no por tanto por un exceso de pacientes que necesitan atención médica urgente, sino por falta de personal.
Personal que se encuentra de baja, confinado en su casa por haber dado positivo a la COVID-19, aunque en muchas ocasiones sin síntomas o con síntomas leves que duran una fracción de los días a los que las normativas de muchos países obligan a cumplir.
Aunque el fuerte aumento de contagios se ha visto acompañado por un aumento de hospitalizaciones y muertes, esta subida ha sido mínima, y las autoridades sanitarias de varios países han advertido que quienes llegan a ser hospitalizados o a morir casi siempre habían rechazado vacunarse.
RELAJACIÓN ¿NECESARIA?
Ante esta confluencia de realidades, varios países han optado en la última semana por reducir los tiempos de las cuarentenas, especialmente para personas asintomáticas. Estados Unidos lo redujo de 10 a 5 días para intentar minimizar los problemas en los aeropuertos, mientras que Reino Unido, Francia y España han optado por reducir estos confinamientos de 10 a 7 días.
Estas medidas están sobre todo enfocadas a aliviar la presión sobre la economía, ya que el rápido aumento de casos amenaza con llevar a muchas empresas a un freno total si no se alivian las cuarentenas.
Pero no suponen un peligro para la salud. Así lo argumentó la directora de los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades de EU, Rochelle Walenski, quien explicó que casi siempre una persona contagia a otros en los dos o tres primeros días de infección, y que, por tanto, alargar el confinamiento no es particularmente eficaz.
Por supuesto hay países, como Austria o Países Bajos, que han apostado por insistir con los confinamientos generales para la población, pese a las vacunas, para frenar a la variante delta y la llegada de la ómicron. Pero estos enfrentan un feroz rechazo tanto de sectores negacionistas como, cada vez más, de quienes están hartos de encerrarse en casa mientras ven que los casos graves y muertes son mínimos.
EL DELICADO EQUILIBRIO DEL VIRUS
Y es que varios estudios han documentado ya cómo la variante ómicron del SARS-CoV-2 es menos letal que la delta, la alfa, la beta y la original, la que salió, presuntamente, de Wuhan, China, en un lejano ya diciembre de 2019. La clave parece ser, apuntan nuevas informaciones, que el virus ataca ahora más a la garganta y menos a los pulmones.
Esto en si mismo es una evidente buena noticia. Pero detrás de una afirmación sencilla y directa se esconde el complejo mecanismo que articula cómo sobrevive un virus.
Eduardo Rodríguez Bejarano, catedrático de Ciencias Biológicas por la Universidad de Córdoba, y doctor en Biología, pronosticaba en mayo de 2020, en el inicio de la pandemia y cuando Europa sufría sus peores embates, que “el coronavirus perderá agresividad; no le interesa ser letal para sobrevivir”.
Bejarano, como mcuhos otros especialistas, confiaba entonces, en declaraciones al diario español Sur en que la COVID-19 reduciría su poder de causar una enfermedad pulmonar grave “porque depende de su huésped” para sobrevivir.
Sin embargo, hay que puntualizar esto y explicar que esta afirmación no es necesariamente verídica para todos los virus. Algunos, como la malaria, el ébola e incluso el zika, han evolucionado para sobrevivir aumentando su letalidad, advierte el portal Politifact.
Pero, a la vez, la mejor cualidad de la mayoría de virus para sobrevivir, especialmente cuando han evolucionado para ser más letales, es hacerse más contagiosos. Así, pueden esparcirse rápidamente aunque maten a su huésped; es el caso del ébola, por ejemplo, que alcanza una mortalidad de entre el 60 y el 90 por ciento.
Sin embargo, el ébola es también un ejemplo de limitada dispersión. Ocurren brotes puntuales; se expanden con fuerza y mueren relativamente rápido. El ébola no llega a todo el mundo; eso sí, en parte por las rápidas tareas de contención que se hacen.
Si volteamos a ver a algunos de los virus que más tiempo llevan con nosotros, podemos apreciar que el coronavirus del resfriado, o las diferentes variaciones de la influenza, logran perseverar a través de causar enfermedades muy leves. Si bien las muertes por influenza no son negligibles, las ocurridas por resfriados, sí. A la vez, son virus muy contagiosos. Pero no nos han preocupado demasiado nunca porque no nos hacen casi nada.
Parece que con la COVID-19 se está cumpliendo este patrón. El doctor Marcos López Hoyos, uno de los mayores expertos de España en enfermedades infecciosas, aseguró este domingo al portal ElDiario.es que “la COVID seguirá mutando a una variante menos agresiva que la convertirá en un catarro”.
Un catarro que, como cualquier influenza o resfriado, sería más común cuando hace frío que cuando hace calor y que podría tener impactos muy diferentes en unas zonas u otras.
Dicho de otra manera: Que 2022 será el último año en que la COVID-19 será una pandemia y pasará a convertirse en una endemia, es decir, una enfermedad localizada en una época del año o en una ubicación geográfica concreta.
CONVIVENCIA OBLIGADA
Lo que queda claro, pues, es que el sueño del comienzo de la pandemia de eliminar rápidamente el virus se ha esfumado. Contener la variante delta puede que fuera la última oportunidad de lograrlo, e igual que pasó con las anteriores, el mundo fracasó.
Ómicron ha dejado claro que llegó para hacerse fuerte, y si las predicciones de expertos como Hoyos se cumplen, ya no la sacaremos nunca de nuestras vidas. Pero esto no tiene por qué ser un gran problema: La influenza causada por el virus H1N1, que aterrorizó a México en 2010, hoy en día es una de tantas cepas de influenza que circulan por el mundo y por nuestros cuerpos sin que le demos mayor importancia.
Incluso el epidemiólogo jefe del gobierno de Estados Unidos, Anthony Fauci, pareció dar por bueno este futuro esta semana pasada cuando aseguró que cree que, en los próximos meses, llegaremos a una “transición” para convivir con el virus. Eso sí, apostó por mantenerlo “bajo control” para que no cause más “perturbaciones” en la sociedad y la economía.
Porque ya hemos tenido bastante perturbaciones en los últimos dos años. Y ahora, por primera vez, tenemos razones reales para pensar que estas están llegando, finalmente, a su fin.