Emilio

Columna: Prospectiva

Por: Emilio de Ygartua M.

PRIMERA PARTE

* La crisis como catalizador del conflicto

El conflicto bélico en Ucrania no tiene para cuando concluir. Vadimir Putin ha dejado atrás su idea de una “guerra rápida” que le permita, como sucedió en 2008 con la invasión a Crimea, hacerse del territorio invadido y ello, vayámonos haciendo a la idea, puede durar buen tiempo.

Desde luego, ha habido errores estratégicos y una visión equivocada de las capacidades de resistencia de un ejército ucraniano que ha mostrado valor e inteligencia a la hora de enfrentar los ataques de una nación con argumentos militares muy superiores, apoyados por Occidente, especialmente por los Estados Unidos que ven en esta guerra y el triunfo de Rusia un riesgo para la pervivencia de su dominio unipolar.

A más de cuatro meses de iniciado el conflicto, los efectos de esta guerra escalan cotidianamente con el riesgo de desbordarse y convertirse en un conflicto a escala mundial. El presidente ruso no ha tenido empacho en señalar que se vive ya “la tercera guerra mundial”, argumento que funda en la intervención de muchos países que han dispuesto ayuda económica y militar a favor de la nación ocupada y, además, por las sanciones de que ha sido objeto Rusia y que Putín descalifica, al tiempo que las cataloga de inútiles.

Es cierto, los efectos de esas sanciones, si se mide en lo económico, han estado muy lejos de su objetivo y han acrecentado los factores negativos en una economía mundial en crisis y caminando hacia una recesión global. En la reunión del grupo denominado BRICS, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, el discurso no fue benevolente con los Estados Unidos. Joe Biden está pasando por una fase crítica. No es común que un mandatario de esa nación inmerso en un conflicto bélico tenga niveles de aceptación tan bajos, con elecciones para renovar el Congreso a la vuelta de la esquina.

El conflicto bélico, sobre todo, ha agudizado la crisis económica derivada de las medidas tomadas a causa de la pandemia de Covid-19, generando enorme escasez de alimentos y un desabasto de hidrocarburos lo que ha obligado a muchos países a redireccionar sus fuentes de aprovisionamiento. Europa transita por una etapa compleja. El aumento de los comburentes está provocando reacciones de los sectores productivos, de transportistas y de la ciudadanía en general.

Se ha criticado al presidente Andrés Manuel López Obrador por autorizar a la Secretaría Hacienda a subsidiar las gasolinas para evitar que la inflación siga escalando. Sí, estas medidas lastiman los ingresos públicos, no hay duda, pero, de no tomarse, el incremento de los precios escalaría lastimando más a quien menos tiene. Se equivocan los que dicen que esta medida es regresiva y que ayuda a las clases medias y altas. No es así, el transporte público se ve afectado y el movimiento de mercancías se encarece lo que se traduce en precios más altos.

En España, el Consejo de ministros decidió el sábado pasado ampliar los subsidios a las gasolinas y el presidente Joe Biden, para mencionar sólo dos ejemplos, también reducirá los impuestos federales a los comburentes. La inflación es hoy un tema global y las medidas, monetaristas, parecen ser las más adecuadas sin cerrar los ojos a los efectos recesivos que ello tiene. El alza de las tasas de interés está orientada en ese sentido, sin embargo, los bancos centrales no niegan los riesgos recesivos por el aumento del precio del dinero.

El Banco de México, siguiendo la ruta de la Reserva Federal de los Estados Unidos, acordó un incremento de 75 puntos base, su gobernadora señaló que este incremento histórico ayudará a reducir la oferta de dinero y mercancías advirtiendo que la inflación puede llegar al final del año al 8.1%, al tiempo que negó que en México decrecerá el PIB, estimando que para este año llegará al 2.2%, predicción que parece temeraria ante la posibilidad de que EU entre en una fase recesiva.

La crisis como catalizador del conflicto

No podemos obviar el señalar que la guerra ha incentivado a las naciones europeas a incrementar su gasto en armamento, algo que se había dejado de hacer al concluir la Guerra Fría, en 1991, luego de la desintegración de la URSS, posterior a la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989. Más dinero para armas, más dinero para compra de alimentos y de energéticos, en un entorno caracterizado, como ya se mencionó, por el incremento exponencial de los precios.

En este escenario, Ucrania y su vecina Moldavia han recibido la noticia de que son ya, formalmente candidatas a ingresar a la Unión Europea que les ha abierto las puertas a través de una inédita vía rápida, que ha generado enorme molestia de dos aspirantes: Macedonia del Norte y Albania que desde hace un par de años están esperando una respuesta similar.

También el presidente turco Erdogán ha manifestado su irritación porque lleva años pidiendo su ingreso a la UE. Enojo que se suma al generado por el ingreso de Suecia y Finlandia a la OTAN. Se suman a este afán militarista Dinamarca y Alemania. Esta última que destinará el más alto presupuesto a la compra de armamento desde su segunda unificación (1992), lo que pone a temblar a quienes recuerdan los orígenes de la primera y la segunda guerras mundiales.

En este escenario tan complejo, no se puede obviar la declaración del canciller chino que señala que pronto China reincorporará a Taiwán a su territorio, declaración que pone los “cabellos de punta”, no sólo a los Estados Unidos aliados y protectores de la isla asiática, también a las naciones asiáticas que ven en ese discurso una amenaza para una región en la que el gigante asiático ha adquirido una evidente e irreversible preeminencia.

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