La pandemia por COVID-19 confirmó que la obesidad es una enfermedad multifactorial y compleja que requiere de estrategias integrales para su atención, ya que es factor de riesgo para el desarrollo de padecimientos crónicos, mortalidad, ocasiona costos importantes para los sistemas de salud y disminuye la productividad, coincidieron especialistas nacionales e internacionales en el foro académico convocado por el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP).
La obesidad es el incremento de peso no solo por la alimentación rica en grasas saturadas, azúcares, sales y carbohidratos; también influyen las condiciones sociales, el entorno en que vive la persona, su estilo de vida, el estado de su salud mental y la herencia genética, entre otros factores, destacaron las y los expertos.
El director de este instituto, Eduardo Lazcano Ponce, afirmó que de 1975 a la fecha las tasas de obesidad se triplicaron a nivel global afectando a las personas de todas las edades y grupos sociales, tanto en países desarrollados como en los de ingresos medios y bajos. En niñas, niños y adolescentes aumentó cinco veces, afirmó.
En el foro que se realizó en la Academia Nacional de Medicina (ANM), advirtió que el control de la obesidad requiere un paquete integral de políticas públicas, tratamiento con base en evidencia científica y mayor conciencia por parte de las personas sobre las consecuencias.
En su presentación: “De la salud planetaria a las guías alimentarias para prevenir y controlar la obesidad”, el exdirector del INSP, Juan Rivera Dommarco, dio a conocer que este instituto elabora nuevas Guías Alimentarias para informar y alinear políticas públicas y programas en México. El enfoque está en la adopción de dietas saludables y sostenibles, sistemas alimentarios, perspectiva de género y equidad, así como derechos humanos orientados a grupos en condición de vulnerabilidad.
Dijo que estas guías contemplan el impacto ambiental de alimentos y su asequibilidad; patrones de consumo; influencias socioculturales de la alimentación y pertinencia cultural; apartado para niñas, niños, mujeres embarazadas y lactantes; además de recomendaciones sobre consumo responsable de alcohol y activación física.
También señaló que el sistema alimentario mundial provee el sustento de siete mil 800 millones de personas, lo que ha contribuido a disminuir la pobreza extrema, inseguridad alimentaria y desnutrición.
En tanto, el director de Nutrición del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán” (INCMNSZ), Carlos Aguilar Salinas, detalló que la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) más reciente, refiere que en México 74 por ciento de la población adulta, vive con sobrepeso u obesidad, y que la detección e inicio del tratamiento debe darse en las unidades médicas de primer contacto.
Asimismo, indicó que en el tratamiento de la obesidad debe participar un equipo multidisciplinario que se enfoque en alimentación saludable, actividad física, trastornos afectivos, medicamentos e identificación y corrección de las barreras para lograr la adherencia terapéutica. Se requiere, además, el trabajo en equipo con la familia, tomando en cuenta el entorno y los determinantes sociales. “Nunca se puede dejar al paciente solo”, advirtió.
“Las y los profesionales de la salud deben ser aliados del paciente y asesores continuos, y no solo ser prescriptores de acciones. Además, es indispensable que lleven a cabo actividades educativas, participativas y realistas. De esta forma, podrán empoderar a las personas para que tomen el control de su alimentación y salud.
Al respecto, la especialista del Instituto Nacional de Perinatología (Inper) “Isidro Espinosa de los Reyes”, Otillia Perichart, puntualizó que la obesidad se puede atender con terapia médica nutricional intensiva y con intervenciones conductuales basadas en automonitoreo, red de apoyo y prevención de recaídas.
Aclaró que los horarios de las comidas son imprescindibles para el control y prevención del sobrepeso y obesidad y, sobre todo, para evitar desórdenes metabólicos, diabetes e hipertensión.
Especificó que las estrategias dietéticas ayudan en la reducción de peso, siempre y cuando sean individualizadas, supervisadas, saludables, sostenibles y basadas en las preferencias, hábitos de consumo, cultura, nivel socioeconómico e interés de vida de cada paciente.
La dieta Mediterránea y Dash, puntualizó, son las que mejores resultados dan para bajar de peso. La primera se basa en la ingesta de frutas, verduras, granos enteros, leguminosas y grasas monoinsaturadas, como el aceite de olivo, pescados y mariscos, y elimina el consumo de carnes rojas y alimentos procesados, por lo que también contribuye a controlar el colesterol y glucosa. La segunda favorece la reducción de peso y presión arterial y se basa en el consumo de frutas, verduras y lácteos descremados.
En su intervención, la especialista del Centro de Investigación Biomédica de Pennington, Donna Ryan, dio a conocer que la obesidad es un trastorno del equilibrio energético. Hasta esta fecha, se han detectado más de 100 genes asociados con el riesgo de desarrollarla, sobre todo si coexisten otros factores como falta de actividad física, estrés, ausencia de sueño saludable y alimentación inadecuada.
Detalló que cuando el cuerpo ya no tiene espacio para almacenar la grasa, ésta se vuelve ectópica y genera afectaciones en órganos como páncreas, riñones, hígado y músculos, lo que conlleva a enfermedades crónico degenerativas. Es muy difícil bajar de peso por todos los cambios biológicos en el organismo.
Aseguró que se relaciona con más de 200 padecimientos como diabetes, enfermedades cardiovasculares, 13 tipos de cáncer, reflujo, apnea obstructiva del sueño, artritis, trombosis, aumento de presión arterial y otras, resultado de las alteraciones que provoca el exceso de grasa corporal.
Presentó un estudio de seguimiento durante 20 años en un grupo de personas en Estados Unidos, el cual mostró que las personas con obesidad que bajan de cinco a 10 kilogramos disminuyen la posibilidad de desarrollar otras enfermedades asociadas, ya que mejora el funcionamiento de la actividad metabólica.
La especialista afirmó que los esfuerzos deben enfocarse en la prevención desde la niñez, mediante una buena estructura del sistema de salud para disminuir la posibilidad de padecerla en la edad adulta.
La presidenta de la Federación Mundial de Obesidad, Johanna Ralson, presentó un análisis hecho por este organismo en 10 países que demostró que nueve de cada 10 personas que perdieron la vida por COVID-19 tenían obesidad.
Por ello, en la Asamblea Mundial de Salud se estableció para 2025 aumento cero en prevalencia de obesidad, “un desafío serio para un problema complejo, ya que esta enfermedad no es solamente la manera de comer o falta de actividad física, necesita la atención y priorización de cada uno de los gobiernos e ir más allá de los intereses de las empresas que venden alimentos ultraprocesados”, subrayó.