Descubren la “huella química del deseo”

Súbete al auto para encontrarte con tu amante para cenar y una avalancha de dopamina (la misma hormona que subyace a los antojos de azúcar, nicotina y cocaína) probablemente infunde el centro de recompensa de tu cerebro, motivándote a desafiar el tráfico para mantener vivo ese vínculo único. Pero si esa cena es con un simple conocido del trabajo, esa inundación podría parecer más bien un goteo, sugiere una nueva investigación realizada por neurocientíficos de la Universidad de Colorado en Boulder.

«Lo que hemos encontrado, esencialmente, es una firma biológica del deseo que nos ayuda a explicar por qué queremos estar con algunas personas más que con otras», dijo la autora principal Zoe Donaldson, profesora asociada de neurociencia conductual en CU Boulder.

El estudio, publicado el 12 de enero en la revista “Current Biology”, se centra en los ratones de campo de las praderas, que tienen la distinción de estar entre el 3% y el 5% de los mamíferos que forman parejas monógamas.

Al igual que los humanos, estos roedores peludos y de ojos muy abiertos tienden a formar parejas a largo plazo, compartir un hogar, criar crías juntos y experimentar algo parecido al dolor cuando pierden a su pareja.

Al estudiarlos, Donaldson busca obtener nuevos conocimientos sobre lo que sucede dentro del cerebro humano para hacer posibles las relaciones íntimas y cómo lo superamos, neuroquímicamente hablando, cuando esos vínculos se rompen.

El nuevo estudio aborda ambas preguntas y muestra por primera vez que el neurotransmisor dopamina desempeña un papel fundamental para mantener vivo el amor.

«Como seres humanos, todo nuestro mundo social se define básicamente por diferentes grados de deseo selectivo de interactuar con diferentes personas, ya sea su pareja romántica o sus amigos cercanos», dijo Donaldson. «Esta investigación sugiere que ciertas personas dejan una huella química única en nuestro cerebro que nos impulsa a mantener estos vínculos con el tiempo».

Para el estudio, Donaldson y sus colegas utilizaron tecnología de neuroimagen de última generación para medir, en tiempo real, lo que sucede en el cerebro cuando un campañol intenta llegar a su pareja. En un escenario, el campañol tuvo que presionar una palanca para abrir la puerta de la habitación donde estaba su pareja. En otro, tuvo que saltar una valla para ese reencuentro.

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