Cuántas veces no hemos visto una escena en la que a un pequeño de uno o dos años e incluso menos, le dan a beber refresco y peor si es de cola, o jugos embotellados, galletas empaquetadas, o quizá alguna fritura.
Probablemente para esos padres o madres, cuyos hijos o hijas comienzan a tener problemas de obesidad, viene la preocupación: ¿cómo ayudarlo? y quizá la incertidumbre crece, porque se piensa que “está muy chiquito para ponerlo a dieta… cuando entre a la adolescencia va a dar el estirón y adelgaza…”, el problema es que si no sucede así, podría seguir ganando peso.
El doctor Arturo Perea Martínez, especialista en el manejo de obesidad infantil y adolescente, en entrevista con Crónica, recuerda que la obesidad en la infancia y adolescencia, muchas veces inicia desde la concepción, “con la unión de los gametos de papá y mamá, si alguno de ellos o ambos están desnutridos, entonces el inicio de la vida de un nuevo individuo ya no fue el mejor”.
El jefe de la Clínica de Obesidad del Instituto Nacional de Pediatría, dependiente de la Secretaría de Salud, señala que la desnutrición en los padres, previa a la concepción, puede provocar que al nacimiento el bebé ya venga con cierta influencia que lo hace susceptible a desarrollar obesidad en etapas tempranas de la vida, máxime “ante un ambiente de riesgo como el actual, donde se privilegia el sedentarismo y el consumo excesivo de calorías”.
CIFRAS DE MIEDO. No atender de manera oportuna la obesidad en las y los niños puede generarles serios problemas de salud, y prueba de ello, dice el especialista, es que en la clínica de obesidad a su cargo se atiende a niños y jóvenes desde recién nacidos, hasta los 18 años, con un promedio de mil 500 pacientes por año, “y son a quienes profesionales de otros niveles de atención han detectado no sólo que tienen obesidad, sino que ya tienen otro tipo de complicaciones.
La situación tiende a volverse más compleja, añade, si se toma en cuenta que 17 por ciento de las mujeres adolescentes tienen repercusiones ginecológicas por la obesidad, el 40 por ciento tienen repercusiones bio-sociales y el 25 por ciento ya tienen afecciones musculo-esqueléticas.
Ante esta problemática en la salud con la que llegan niños y adolescentes a nuestra clínica, revela, es que nos hemos dado a la tarea de atenderlos, educarlos y promover cambios para facilitar su evolución y evitar que tengan complicaciones tempranas que pueden acabar con su vida.
EVITA UN BEBÉ GORDO, DESDE LA CONCEPCIÓN. Si las mujeres supieran de la importancia de tomar ácido fólico mucho antes de estar embarazadas, sería diferente a que lo comiencen a tomar en la semana seis u ocho de gestación, “con estas pequeñas acciones se puede prevenir tempranamente no sólo la obesidad sino todas las enfermedades crónico-degenerativas que ésta desencadena”.
Desde que nace un bebé con un peso no ideal para su edad gestacional está en riesgo, incluso los que nacen con peso bajo.
Si un bebé alcanza las 40 semanas de gestación y pesa entre 2.800 a 3.800 kilogramos está dentro de un rango normal, pero quienes nacen por encima o por debajo de estos niveles, diría que están en riesgo.
CÓMO PREVENIR OBESIDAD Y SOBREPESO DESDE QUE NACEN. Para los bebes con peso bajo o alto, es fundamental privilegiar la lactancia materna, una buena alimentación de la mamá, que sepa hidratarse, manejar el estrés y aprenda a reposar, porque eso privilegia mucho la lactancia, así como limitar el uso de fórmulas infantiles que puedan interferir con un buen desarrollo de la lactancia de la madre.
A partir de los seis meses, abunda, al iniciar la alimentación complementaria, la Academia Mexicana de Pediatría recomienda no dar al bebé ningún tipo de bebida azucarada, ni siquiera jugos naturales, ni facilitar el contacto con harinas refinadas: pastas, galletas, cereales con azúcar; privilegiar el consumo de agua natural, frutas, verduras, cereales y alimentos ricos en hierro como la carne.
CÓMO ATENDER LA GORDURA INFANTIL. El especialista advierte que cuando se llega a la etapa preescolar y si un pequeño no está bien en su peso, es muy importante en ese momento sujetarlo a un programa de nutrición adecuado a la condición biológica.
“No le llamemos dieta, porque entonces la población, incluso los propios profesionales, piensan que es una restricción. Lo que hacemos nosotros es adecuar la alimentación para el pequeño acorde a su entorno: si vive en el norte o en el sur de la República, si vive en área rural o urbana, para que consuma los alimentos más adecuados a los cuales tenga acceso.
EL PRIMER PASO: NO LO COMPRE. Hay que modificar la lista de compras: no integrar jugos, refrescos, yogurt con azúcar, leches endulzadas, ni productos como cajeta, chocolate o mermeladas.
Limitar al máximo posible el consumo de harinas refinadas como pan, galletas, tortillas de harina, “si las compran inevitablemente las van a consumir y si no lo hacen, aunque el niño lo pida, pues no se tiene en casa”.
Diseñar el menú del mes: desayuno, comida y cena por escrito que se respete, y cerrar la puerta a los antojos, sobre todo los de fin de semana, “esto además facilita y motiva los ahorros, porque los antojos cuestan caros”.
Si se hace esta planeación además existe la posibilidad de hacerlo con productos de temporada y a precios más accesibles y tratar el balance energético a través de sustitutos de azúcar.
Optar por agua simple o de frutas de temporada y paulatinamente ir bajando los niveles de azúcar hasta que se logre tomar agua con el dulzor de la fruta natural o agua simple.
Si a un niño se le quita la ingesta de bebidas azucaradas reduce 20 por ciento el consumo de todas las calorías que ingiere, si además se le retiran harinas, en dos o tres meses sin grandes cambios comenzará a observar resultados positivos y bajará de peso, o al menos ya no engordará tanto.
El doctor Perea resalta que cuando se logra sensibilizar a la familia sobre las bondades de todos estos cambios, al menos ocho de cada 10 casos en niños de 10 años, mejoran rápidamente y comienzan a privilegiar estos cambios, y si se mantienen puede llegar a la adolescencia sin obesidad, “esto nos permitirá ir reduciendo paulatinamente este problema, aunque va a llevar un par de décadas, pero lograr revertir esta terrible tendencia, de que sea la primera generación que puede morir antes que sus progenitores”.