Casi todas las tortillas que el mexicano consume son transgénicas, eso ¿es bueno o malo?, ¿es motivo de preocupación?, ¿qué significa? Envueltos en una polémica interminable en todo el mundo, los organismos genéticamente modificados, transgénicos, no han logrado permear el convencimiento social generalizado, es por ello que dichas preguntas no tienen una respuesta sencilla.
La tecnología de inserción de genes ha permitido obtener nuevos medicamentos y algodón, lo cual no ha provocado una reticencia tan recalcitrante como con los alimentos. Éste es un tema sensible debido a la polémica sobre su inocuidad, que por una parte se ha vuelto en una discusión de oídos sordos, de creencias y militancias, pero también en un debate científico que parece un callejón sin salida.
Esa sensibilidad se cataliza aún más en México cuando en el centro de la discusión se encuentra el maíz, emblema del mexicano, pilar alimenticio del hombre, símbolo del todo para este país. Dada la cantidad ingente de maíz consumida por México, haber comprobado que la gran mayoría que consume es transgénico debe significar algo.
Investigadores del Instituto de Ecología y Centro de Ciencias de la Complejidad de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Unidad Xochimilco, llevaron a cabo el estudio titulado “Presencia generalizada de transgénes y glifosato en derivados del maíz en México”, el cual refiere que el 90.4 por ciento de las tortillas que se consumen en el país contienen secuencias de maíz transgénico. Adicionalmente, los científicos hallaron que el 82 por ciento de las tostadas, harinas, cereales comerciales y botanas también contienen derivados del maíz transgénico.
Los científicos “muestrearon” prácticamente todos los alimentos hechos preponderantemente con maíz disponibles en los supermercados y las tortillas de tortillería, productos que compararon otros artesanales, de maíz nativo. El estudio publicado en Agroecology and Sustainable Food Systems, publicado hace algunas semanas, refiere que las tres líneas de maíz transgénico con mayor frecuencia en las muestras analizadas son: NK603 (tolerancia a glifosato), 60.8 por ciento; TC1507 (tolerancia a glufosinato de amonio y resistente a insectos), 54.5 por ciento; y MON810 (resistencia a insectos), 34.9 por ciento.
Los resultados señalan que el 91.3 por ciento de las muestras analizadas producidas industrialmente contienen algún tipo de maíz transgénico, en comparación con un porcentaje mucho menor en muestras artesanales. En ninguna de las harinas de maíz artesanales, ejemplifican, se detectaron transgénes o glifosato; mientras que el 100 por ciento de las harinas de maíz industriales presentaron algún transgén y una parte de las positivas también presentaron glifosato.
Para Elena Álvarez-Buylla, investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM y una de las autoras principales del estudio, estos resultados son impactantes si se considera que la siembra comercial de maíz transgénico no está permitida en México, debido al proceso legal de una demanda colectiva que lo impide desde 2013.
Por su parte, Luis Herrera Estrella, investigador y director del Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad (Langebio) del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), el estudio arroja datos interesantes, pero en lo general confirma algo que se preveía desde hace tiempo.
Aunque hay información importante, dice, el estudio “se quedan corto” porque no dice qué contenido de maíz transgénico tienen esas tortillas. “Las técnicas de detección que utilizaron son extraordinariamente sensibles, detectan hasta el 0.1 por ciento de contenido de maíz transgénico, por lo que podrían tener 0.1, 0.3… o el 4, 5 o 10 por cientos. Sería importante que se dijera en qué porcentajes hicieron la detección para realmente saber cuál es su impacto”.
¿DÓNDE SE MEZCLÓ? Por otra parte, añade Luis Herrera, la información corrobora lo que sucede en el país: la importación anual de alrededor de 10 millones de toneladas de maíz transgénico de EU. La paradoja es palpable, puesto que enfatiza que si bien en México no se puede sembrar maíz transgénico debido a la veda, sí lo puede importar, así que la población lo consume de cualquier forma.
“La sospecha es que los productores de harina o nixtamal revuelven una cantidad de maíz amarillo con blanco y como el 70 por ciento del amarillo sería transgénico, no es sorpresa que lo tengan en algún porcentaje, el cual sería pequeño. Tampoco es sorprendente que los alimentos que se consumen en México tengan el mismo porcentaje de contenido transgénico que en el resto del mundo porque estamos en un mercado global y todos usamos maíz transgénico”.
El estudio de los investigadores de la UNAM y UAM analizó además 10 productos, entre tortillas y derivados del maíz, etiquetados como “libres de transgénicos”, que suponen un valor agregado en el mercado. En la mitad de estos productos, refieren, se encontró que la mitad contenía transgénes.
La investigadora del Instituto de Ecología refiere que los 10 millones de toneladas de maíz importados al año deben usarse sólo para alimento de ganado o insumos industriales altamente procesados, “pero no para consumo humano, y menos si es grano contaminado con glifosato”.
Luis Herrera menciona que este tipo de maíz y el derivado de su harina han sido aprobados para el consumo humano por la Comisión Federal de para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) “y no hay nada de ilegal” incorporarlo a las tortillas u otros productos. “En el mundo si se encuentra que un producto tiene menos de 5 por ciento de transgénes, incluyendo Japón —que tiene las medidas más duras—, es considerado como un producto libre de transgénicos”.
Sea inocuo o no —esa discusión tiene otra dimensión científica y social—, la presencia de maíz transgénico en nuestro alimento básico se encuentra en un contexto donde no se puede cultivar, pero aún así se consume por la importación de EU. Esa es una de las conclusiones (significados) que destaca el estudio y aunque los grupos de investigación de Álvrez-Buylla y Herrera Estrella podrían considerarse antagonistas, esto tiene un significado importante para ambos. Esto debido a que tiene resonancia en otro aspecto: la regulación de los cultivos comerciales en el país, restringido desde 2013.
La demanda colectiva que se mantiene desde entonces busca, entre otras cosas, preservar el derecho a la salud de la población. Entonces, la “filtración” de maíces transgénicos por otra vía que no es la siembra deja en entredicho tal argumento, puesto que los consumimos cotidianamente desde hace años. Por otra parte, se desconocería en qué porcentaje estos productos contienen transgénes y si se encuentran por arriba del 5 por ciento.
La regulación de las plantas transgénicas es adecuada pero excesiva, dice Luis Herrera, ya que es muy difícil salir al campo y producir, tanto así que no se permite la siembra. “Quizá un poco de algodón y soya, pero en eso estamos rezagados con otros países. La regulación se podría hacer más expedita sin perder la rigurosidad y analizar los casos, para fomentar los desarrollos nacionales, porque lo que encontramos es una restricción tan fuerte que sólo las multinacionales pueden cumplir los requisitos para tener una aprobación de tipo comercial”.
GLIFOSATO. Por otra parte, en el estudio publicado en Agroecology… los investigadores resaltan el hallazgo del herbicida glifosato en el 27.7 por ciento de las muestras. El glifosato ha sido catalogado por la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), como “posible cancerígeno”. “Existe evidencia limitada de una asociación con el cáncer en seres humanos, pero pruebas suficientes de asociación con el cáncer en animales de experimentación”, refiere el organismo.
“Más del 85 por ciento del maíz transgénico que se produce en Estados Unidos es tolerante al glifosato, que es rociado sobre los maíces transgénicos que lo toleran, penetra en las plantas y llega a los granos, pero no pensábamos encontrarlo en nuestras tortillas y otros alimentos hechos con maíz”, dice Álvarez-Buylla.
Francisco Bolívar Zapata es investigador del Instituto de Biotecnología de la UNAM y en la academia es uno de los principales promotores de los organismos genéticamente modificados. El científico explica que las plantas transgénicas de segunda generación utilizan este herbicida para poder contender con las malezas que crecen alrededor de éstas. Tienen un gen adicional que les permite ser tolerantes al glifosato.
“El glifosato puede causar tan sólo 0.1 por ciento de daño, en comparación con otros herbicidas de baja toxicidad. No obstante, si se usa de manera irresponsable puede generar, como cualquier otro agroquímico, daños a la salud y medio ambiente”.
Herrera Estrella refiere que los datos del estudio de Álvarez-Buylla referentes al glifosato detectan hasta alrededor de 0.01 miligramos por kilo de producto. “Para darnos una idea, las normas europeas permiten la presencia de hasta 500 miligramos para que un producto sea comercializable; si en este caso encontraron una cantidad tan baja no debería de representar riesgo a la salud”.
Por otra parte, Bolívar Zapata enfatiza que el empleo de plantas transgénicas ha evitado el uso de otros agroquímicos más perniciosos, “hay muchos cultivos que no requieren insecticidas y eso no lo reconocen Greenpeace y todos los detractores de la tecnología”. Nuevos transgénicos, como los desarrollados por Herrera Estrella —consistentes en crecer plantas mediante fosfito y no fosfato—, dice, evitará también el uso de herbicidas, incluso el mismo glifosato.
SOBERANÍA ALIMENTICIA. Más allá de esta discusión acerca de la inocuidad de los transgénicos —que continuará en la palestra social, económica, política e incluso científica—, el estudio del Instituto de Ecología de la UNAM y el Centro de Ciencias de la Complejidad, genera otro significado y recalcitra en otro tema nada nuevo: México es, aparentemente, incapaz de producir todo el maíz que necesita. De nuevo las dos caras de la monada se tocan: sea con maíz transgénico cultivado comercialmente en México o no, se importan 10 millones de toneladas que terminan en las tortillerías, en nuestros alimentos diarios.
Álvarez-Buylla señala que México produce suficiente maíz para el consumo humano nativo e híbrido no transgénico. “En 2016 se produjeron 25.7 millones de toneladas de maíz, de las cuales 12.3 millones se vendieron para consumo humano, 4.2 millones para autoconsumo, 4.4 millones para el sector pecuario y 1.5 millones para exportación”.
Si se trata entonces de un tema de soberanía alimenticia, la científica enfatiza la necesidad de apoyar a la agricultura sostenible, agroecológica y campesina para cubrir las necesidades nacionales. “Es importante recuperar la soberanía alimentaria. Los mexicanos nos estamos quedando sin opciones en términos de productos de maíz libre de transgénicos”.
Hace algunos días, José Sarukhán ofreció una conferencia inaugural en El Colegio Nacional —del que es miembro al igual que Francisco Bolívar Zapata—, con motivo del XXV aniversario de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), de la cual es fundador y director.
Entonces enfatizó que dentro de la biodiversidad de México, la del maíz es amplia —60 razas— a tal grado que no tiene depender de ningún productor o industria de semillas extranjeros, específicamente “los que venden la idea de que necesitamos cultivos transgénicos”.
El ecólogo dijo que entre los diversos proyectos que ha realizado la Conabio en años recientes, se encuentra un mapa actualizado, “real”, de la distribución de las razas nativas de maíz de México (60), cultivadas hoy en día por campesinos en diferentes regiones. Cada variedad tiene características distintas en sus adaptaciones a un tipo de suelo, temperatura y altura, entre otros. “Tenemos una variabilidad genética fenomenal, lo cual nos hace independientes de comprar variedades de maíz. No necesitamos de nadie porque, en buenas condiciones, las que tenemos pueden proliferar perfectamente”.
El ex rector de la UNAM puntualizó que además de tener esta diversidad biológica del maíz, también poseemos un legado cultural y tradiciones de cultivo que los campesinos han heredado, además de un capital humano científico que genera la investigación moderna para “no tener que depender de nadie para hacer las cosas bien”, y lo cual puede ser extensivo a otros cultivos y especies importantes en el país. “Esta es la razón más importante por la cual estoy en contra del ingreso de maíz transgénico al país: porque no lo necesitamos”.