Iluminan su camino

Una festividades llenas de tradición y respeto, pero que transforman el dolor y la tragedia con los que se asocia a la muerte en una celebración.

El origen de los altares de muertos se remonta a la época prehispánica en México, donde etnias como la Totonaca, Náhuatl, Mexica o Maya veneraban la muerte. La festividad, que acabaría transformándose en el Día de Muertos, se celebraba durante todo el noveno mes del calendario solar mexicano, que coincidiría con el actual mes de agosto. Con la llegada de los españoles y el cristianismo se introdujo la cosmovisión de miedo a la muerte y los ritos a esta deidad se convierten en celebraciones paganas, realizadas en el ámbito doméstico y mezcla de la cultura del mundo pre y post colonial. En los altares de muertos se colocan fotografías de los difuntos, así como alimentos que en vida les gustaba consumir. Y al pie de estos, quienes todavía mantienen la tradición, colocan en hilos varias velas de cebo.

Con la llegada de los españoles se hizo coincidir la festividad indígena con las católicas Día de los Fieles Difuntos y Día de Todos los Santos, el 01 y 02 de noviembre, respectivamente. La tradición indica que los muertos llegan cada 12 horas entre el 28 de octubre y el 02 de noviembre.

Elaboración de las velas de cebo

El altar de los indígenas chontales de Nacajuca lleva las velas de cebo, aquella luz que simboliza el fuego y regreso de los fieles difuntos. Novedades de Tabasco se trasladó hasta el poblado de Jiménez en este municipio para conocer más  sobre la elaboración de las velas en su forma más orgánica y artesanal posible. Nos recibe Domitilo De la O Peralta, un artesano tabasqueño que lleva más de tres décadas dedicando su vida a este oficio, labor que cada vez está más en decadencia a causa del poco interés de las nuevas generaciones de aprender el proceso de elaboración.

Estas velas de cebo se realizan con la grasa de reses, parafina liquida en menor cantidad, pabilo y papel hilo.   La grasa vacuna se derrite a fuego de leña en el interior de tambos utilizados especialmente para este fin y se añade una parte mínima de parafila liquida para lograr su homologación. Posteriormente, los pabilos son remojados repetidamente hasta llegar a 30 repeticiones para lograr el grosor en diferentes etapas.  Luego que están solidificadas, cada unidad es empaquetada para después ser distribuida en los mercados públicos del estado.

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