EU: fermento del odio

El incalificable asesinato de George Floyd, un ciudadano afroamericano, a manos de la policía de la ciudad de Minneapolis —en el estado de Minnesota—, ha desatado una ola de violencia y protestas en muchas ciudades del vecino país, así como en otras latitudes.

En el mundo entero causó indignación observar las imágenes que muestran al agente de la policía Derek Chauvin someter contra el suelo y colocar la rodilla sobre el cuello del detenido, presionando de forma brutal por mucho tiempo y asfixiándolo casi hasta matarlo, a pesar de los gritos que advertían: ¡No puedo respirar! Floyd moriría minutos después del arribo de la ambulancia al ser trasladado al hospital.

Las furibundas turbulencias desatadas por este cobarde hecho son resultado de la acumulación de muchos agravios y abusos cometidos debido a un tema tan añejo como los Estados Unidos mismo: el racismo. La lucha por la igualdad de los derechos de la comunidad afroamericana en el país vecino fue la causa —en el siglo XIX— de una guerra civil para acabar con la esclavitud y sigue siendo una herida abierta que la historia no alcanza a sanar.

Después de muchos años de lucha, hasta mediados de los años sesenta se consiguió el voto ciudadano para esta comunidad y hoy parece que fue un sueño que, en 2009, Estados Unidos tuvo a su primer mandatario afrodescendiente con Barack Obama.

Sin embargo, la discriminación sigue presente. En la actualidad, los afroamericanos representan poco más del 13% de la población, pero algunos estudios demuestran que 1 de cada 4 muertes a manos de la policía pertenece a este grupo. Porque, hay que decirlo claro y fuerte. La radicalización de las protestas y el fuego que hoy incendia las calles de las grandes ciudades de Estados Unidos, son resultado de que el presidente Donald Trump lleve años de estar enardeciendo los ánimos discriminatorios con su discurso de odio.

El racismo fomentado por Trump no ha hecho más que dividir con mayor profundidad a la sociedad de EU y exacerbar el desprecio de los blancos, que ven con temor y recelo la posibilidad de compartir el poder, no sólo con los afroamericanos, sino con todas las demás minorías raciales.

Esa nación ha sido ejemplo de muchas cosas positivas para el mundo. Aportó la primera Constitución de la era moderna, el sistema federal y republicano, y dio grandes luces al pensamiento universal. La Declaración de Independencia dada en Filadelfia el 4 de julio de 1776, decía: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables, que entre éstos están la vida, la libertad…”.

El fermento del odio cosechado por la ruindad del mandatario de ese país, hace que esas palabras parezcan desquebrajarse y que esa igualdad proclamada en Filadelfia siga siendo una asignatura pendiente para la comunidad afroamericana. Lo sucedido en Minneapolis nos debe recordar que lo peor que puede sucederle a una sociedad es que ésta se divida, y más grave aún, que el rompimiento provenga desde el gobierno que juró defender la vigencia de la Constitución.

Exacerbar las diferencias desde el discurso político para conseguir o mantener el poder, tarde o temprano termina por calar profundo y sólo trae consigo discriminación y violencia. La lucha por los derechos humanos —no lo olvidemos nunca— es una permanente lucha, siempre inacabada. Una ardua labor que exige no olvidar el pasado, para defender el presente y hacer posible el futuro.

Como Corolario, las palabras del luchador humanista Martin Luther King: “A través de la violencia puedes matar al que odias, pero no puedes matar el odio”.

Por: RAÚL CONTRERAS BUSTAMANTE

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